Noviembre siempre fue un mes duro en Galicia y para Galicia. Pronto hará 22 años, en noviembre, en que nuestras tierras estaban barridas por fuertes temporales que día tras día azotaban con vientos que permanentemente sobrepasaban los 100 km/hora, incesantes diluvios que día y noche impedían la visibilidad. Una situación caótica en mar y tierra que había llevado al desastre del Prestige, un viejo petrolero cargado con 70.000 litros de petróleo que cubrió toda la costa gallega, de Norte a Sur, los 1500 kms de costa, de un manto negro y viscoso en el que morían aves y peces; un manto que tiñó de negro las siempre blancas y finas arenas de nuestras playas, las rocas multicolores de nuestras rías…un desastre ecológico inolvidable por su significación y costes, pero también por el ejemplo de lucha que nuestras gentes y los voluntarios venidos de otras tierras dieron en el intento de evitar lo inevitable. Pero el mar es vida, y el propio mar, tras la ayuda prestada por los que recogieron toneladas de aquel veneno, regeneró en un plazo muy inferior a lo que cabría esperar la vida que inicialmente había perdido. Volvieron los peces, los crustáceos, el plancton, las aves marinas, aunque queda el triste recuerdo de aquellas fechas, sin mayores secuelas conocidas, aunque fue mucho lo que se perdió.
También pronto va hacer 22 años, entre aquellos tremendos temporales, ocurrió un accidente de tráfico, terrorífico, del que tan solo nos enteramos ocho horas después de ocurrido (afortunadamente se evitaron 8 horas de angustia a sumar a las después padecidas). El joven que padeció aquel accidente salvó su vida inicialmente gracias a la inmediata ayuda prestada por un compañero y amigo, el Dr. Liz, profesor de Ginecología, y una ex-alumna, la Dra. Curiel, hoy oncóloga de prestigio. Fueron ellos los que tras ver el accidente ocurrido en la autopista, a 3 kms del Hospital Clínico, prestaron los primeros auxilios (claves) y llamaron al 061, policía y bomberos. El coche había derrapado en una curva mal peraltada, impactado contra la mediana de la autopista, para comenzar a dar vueltas de campana hasta detenerse tras atravesar un muro de cemento y otro de piedra de un restaurante. El airbag frontal no había funcionado y cabeza y tórax impactaron contra el cristal delantero. El motor apareció a 40 metros a la derecha de donde el coche se había detenido y la caja de cambios a otros 40 metros a la izquierda de éste.
A mi llegada al hospital, a las 7.30 de la mañana, pregunté por él, con la vana esperanza de que no hubiese ocurrido nada. «Ingresó a las 12.35 de la noche. Está en Críticos…». Uno escucha esas palabras y se le viene el mundo encima, imaginándose quién sabe qué. Entro en Críticos y me dicen que lo trasladaron a la UCI. Más angustia ante la incertidumbre. Entro en la UCI y allí le veo rodeado por 8 o 9 médicos, en coma, y lleno de vías, monitores… «Tuvo tres paradas», me dice para tranquilizarme un residente ex-alumno. Estoy atolondrado imaginándome que esa escena ya la había visto meses atrás. No se si la sangre era de hielo, la mía, o soy incapaz de reaccionar, pero pregunto y pregunto tratando de tranquilizarme con las respuestas todas ellas dubitativas. Siguen entrando médicos y todos tratan de explicarme aunque yo no entiendo o no quiero entender. Conozco a casi todos, la mayoría ex-alumnos, algunos jefes de Sección o de Servicio; todos me explican, todos me hablan y supongo que todos se sorprenden porque sigo de hielo. A las 8.15 entra el Profesor Gelabert, neurocirujano y amigo, también ex-alumno, y con él empiezo a captar de verdad lo que allí está ocurriendo. En fin, no voy a extenderme aunque el recuerdo es permanente e imborrable. Fueron muchos días de angustia, atelectasia masiva… situación crítica; hematocrito bajando…., bazo sangrante. Neumonía tras neumonía y mientras tanto el coma. Horas interminables en la UCI, sentado a su lado, con un ojo en los monitores y otro en él, hasta que un adjunto me pide que me vaya porque pongo nervioso a los que están haciendo su trabajo. Me voy, pero vuelvo; vuelvo a marcharme para volver, y mientras tanto la incertidumbre: ¿saldrá o no saldrá?, ¿y si sale cómo quedará?. Preguntas sin respuestas o respuestas que no se quieren dar. Entra el sacerdote para dar Extremaunciones, pero al verme se retira…. Entra un cirujano de transplantes para tener fichados a los posibles donantes, pero también se retira al verme allí sentado. Lo siento por todos ellos, pero hice lo que como padre tenía que hacer y quería hacer, aunque muchos se sintiesen incómodos con mi presencia en un lugar vetado (quizás autorizada por el respeto a un antiguo profesor). No me arrepiento, todo lo contrario.
Y cuando las incertidumbres parecen confirmarse para mal (incluso alguno se molestó conmigo cuando dije que lo iba a recuperar, probablemente porque pensaba que hablaba con el corazón más que con la cabeza), es cuando tomo la decisión. «Voy a hacer ésto…» «Tú sabrás, es tu hijo y no te lo vamos a impedir». Y es entonces cuando me hago la promesa a mí mismo y se la comunico al Profesor Gelabert: «Si lo saco adelante en plenas condiciones voy a dedicar el resto de mi vida a tratar de ayudar a los que viven situaciones como ésta». Así me lo prometí, así se lo dije a mi esposa y mis otros hijos y así nació Foltra. Afortunadamente todo salió bien, muy por encima de las mejores expectativas, aunque quizás muchos con el paso de los años piensen que la situación no era tan dramática. La historia clínica refleja fielmente lo ocurrido, sin la subjetividad que otros y yo mismo podamos haber desarrollado con el paso del tiempo.
Todo salió bien y nació Foltra, un empeño en el que mi esposa, la primera, y mis hijos, incondicionalmente, me apoyaron.
Foltra ha vivido muchos avatares, demasiados. En estos años Foltra ha crecido de forma exponencial. Son muchos los que hemos ayudado, en mayor o menor grado, pero siempre en la medida de lo posible. Son muchos los que han encontrado o recuperado una vida que parecía no existir. Son muchos los que han vuelto al trabajo, a los estudios o a la vida familiar, pero también son muchos los que por ser niños han comenzado una vida distinta a la que estaban predestinados. En el camino se han quedado algunos, pocos en relación al total, pero demasiados para lo que hubiéramos querido. Quiero de ellos recordar dos nombres, los pequeños Farah y Alejandro. Se fueron de nosotros por circunstancias malditas e inevitables. Allá donde estén, para ellos como para los que no pudieron continuar el camino con nosotros, nuestro deseo de corazón que hayan encontrado la paz que aquí no se les pudo dar.
El 22 de noviembre hará 22 años. 22 largos años cargados de buenos momentos que, con creces, superan a los muchos malos vividos. Y después de estos 22 años quiero recordar y agradecer a todos los que estuvieron a mi lado en aquella batalla imposible. La primera atención de los Dres. Liz y Curiel, la diligencia y buen hacer del 061, policía y bomberos. Los cuidados de los profesionales de la UCI del CHUS, particularmente el Dr. García Allut. Y por supuesto el desvelo y cariño del Profesor Gelabert. 22 años después os llevo a todos en mi corazón.
Pero 22 años después no puedo dejar de pensar en que nada habría sido posible si al lado no estuviese una esposa y madre como Ana, tantas veces incomprendida pero siempre el soporte real e incansable que sufre más por los demás aunque trate de que no se trasluzca. Y al lado de ella nuestros otros hijos, Ana, Alejandro y Laura. 22 años después Pablo tiene una vida con la que no contaba, aunque entonces no lo supiese. A él le toca vivirla y hacer honor a su historia. Ahora no sólo es biólogo molecular, Doctor europeo Cum Laude, Master Internacional en Advanced Manufacturing of Medicinal Products, sino también médico.
22 años después sigue habiendo temporales, la costa ya no está limpia y el mar de Galicia no tan lleno de vida como siempre lo estuvo hasta que el maldito Prestige quiso quitársela. No lo consiguió, pero sí otros. Las gentes de Galicia lucharon por su vida, el mar hizo lo propio. Esa debe ser la filosofía que nos siga guiando, luchar por lo imposible para hacerlo posible. Si se lucha se consigue.
Jesús Devesa