Tiempos pasados


Hace ya un tiempo que no escribo nada en este blog, ¿por qué?. Pues la respuesta es muy sencilla, la actualidad que se vive en España gira permanentemente en torno a los mismos temas, temas que se repiten una y otra vez, temas que irritan una y otra vez, los problemas de vivienda, la «okupación», la inflación, la corrupción, los continuos «cambios de opinión» por parte del Presidente del Gobierno, la mentira, las amenazas, los disparates…., una y otra vez día tras otro volvemos a la misma historia, ¿para qué repetirla si ya la hemos descrito muchas veces en este blog?.

Pero ayer fue un día que permitió recordar el pasado y con gusto lo hicimos olvidándonos del presente. Ayer vinieron a visitarme tres ex-alumnas americanas, dos de Puerto Rico y una de Nueva York. Venían a revivir sus tiempos en Santiago, donde estudiaron Medicina a principios de los 70, y contactaron conmigo porque también querían verme y compartir unas horas de recuerdos con su antiguo profesor en Medicina.

Hablo de los años 1968 hasta principios de los 70. En aquella época, 1968, yo estudiaba 5º curso de Medicina, era alumno interno de Fisiología y Bioquímica, mi pasión, y en ese año decidí comenzar a dar clases particulares de ambas asignaturas a un gran número de estudiantes extranjeros que habían acudido a la Universidad de Santiago porque en sus países la entrada en Medicina estaba muy restringida y les había sido imposible hacer la carrera en sus lugares natales. Aquí no había en aquella época restricciones de entrada en Medicina, como después hubo y muy severas, de forma que en primer curso, por ejemplo, estaban matriculados unos 1200 alumnos, todos agrupados en la misma aula cuya capacidad se estimaba en 600 plazas. Había, por tanto, alumnos sentados en el suelo, en los pasillos del aula e incluso en la tarima donde se situaba el profesor para dar clase. Muchos de aquellos alumnos eran extranjeros; hispanoamericanos de distintos países, norteamericanos, noruegos, sirios, palestinos, libaneses…, lo recuerdo perfectamente porque tuve la oportunidad de conocer a la mayoría de ellos ya que por los problemas lingüísticos, e incluso de formación previa (alumnos que habían estudiado Letras en sus bachilleratos equivalentes) tenían grandes dificultades para el aprendizaje. Había muchos cubanos que habían huido con sus familias de la represión del régimen castrista, muchos puertorriqueños que en su país no habían podido entrar en la única Facultad de Medicina que había, y también muchos noruegos (no solo en Santiago si no por todas las Facultades españolas). Fué entonces cuando me decidí a dar clases particulares, algo con lo que ganaba mucho dinero, pero que también me permitió el ayudar a pasar las duras asignaturas que la Bioquímica y Fisiología representaban, y no solo eso si no que aquel dinero me permitió también el ayudar económicamente a varios de aquellos extranjeros que habían llegado escasos de recursos o incluso sin ellos, e igualmente me permitió el pagarle la carrera, prácticamente, a un español hijo de un guardabosques cuyos medios no daban para vivir de alquiler y hacer frente a los costes diarios (libros, comida, vivienda, etc).

Fue una época bonita que me permitió disfrutar enseñando al tiempo que aprendía cómo hacerlo y así llegar a catedrático de Fisiología años más tarde.

Recordando ayer aquellos tiempos con esas tres ex-alumnas, que también habían asistido a aquellas clases particulares y luego llegaron a ser distinguidas profesionales en Puerto Rico y Nueva York, surgió un tema triste por lo ocurrido pero controvertido también, en aquel entonces e igualmente ayer.

Entre los alumnos de las clases particulares estaban todos los noruegos, de los que me hice muy amigo y a los que visité años después en Tromso, al Norte de Noruega, donde eran catedráticos en su Facultad de Medicina. A uno de ellos, casado y cuyos dos primeros hijos nacieron en Santiago, le había propuesto alquilarle un gran piso en el centro nuevo de Santiago a cambio de que me permitiese usar la gran sala que en el piso había como aula para las clases particulares, prácticamente de 5 a 9 en distintos grupos. Así lo hicimos y allí surgió la triste historia que ayer recordamos y que ahora voy a narrar.

Entre los alumnos noruegos de aquellas clases había un joven matrimonio muy diferente en cuanto a orígenes sociales, forma de ser y actuar, y nivel intelectual. El era de Oslo, hijo de una familia con importante disponibilidad económica, poco trabajador según recuerdo, con no mucho interés por los estudios, mientras que ella, una cría de 19 años, extraordinariamente guapa, dulce e inteligente, era de orígenes humildes por lo que los padres del marido se habían opuesto a ese matrimonio, quizás por problemas de «clases sociales». No podía haber otra razón porque la chica era en todos los sentidos muy superior a él. Hablo de un matrimonio que a lo mejor no existió y esa fue la causa de lo que sucedió después, y digo ésto porque el chico ya había estado solo en otra Facultad española de la que se había venido a Santiago tras no pasar el primer curso y la chica llegó a Santiago a estudiar con el curso ya iniciado. El caso es que ella estaba en estado y hacia mediados de curso, casi ya a dos o tres meses de que el año universitario finalizase, dió a luz en un centro privado de Santiago. El marido, si lo era, estuvo presente en el centro mientras ella daba a luz y conoció a su hijo poco después de que éste naciese y una o dos horas más tarde se fue a su domicilio. Al día siguiente prácticamente todos los alumnos de aquella clase y yo mismo fuimos al centro médico a conocer al recién nacido y llevarle unos regalos a la madre. Todos o casi todos, pero el padre no fue por allí. Esa tarde, en la clase particular felicité al padre y se me ocurrió decirle: «Enhorabuena por el hijo tan precioso que has tenido, tienes la suerte de que no se parece a tí». Una estupidez por mi parte, sin ninguna mala intención, tan solo lo dije con el propósito de estimularle para que estudiase y trabajase más. Al día siguiente volví a ver a la madre y ésta me preguntó por su marido, si lo era, ya que desde el parto no había ido por allí. Una conducta extraña, pensé y pensamos todos los que les conocíamos al comentarlo entre nosotros. Al día siguiente seguía sin haber señales de vida por lo que otro noruego, el de más edad de todos ellos acudió al piso donde la pareja vivía, tuvo que forzar la puerta para entrar y vió una cuerda colgada sobre la puerta de la habitación matrimonial. Forzó también esa puerta y se encontró al joven noruego colgando muerto con la cuerda al cuello.

Cualquiera puede imaginarse lo que aquello representó para todos nosotros y, particularmente, para la joven madre. Recuerdo que fuí a visitarla, todavía en el centro médico, sin saber qué decir, y recuerdo también (imposible el olvidarlo) su cara llena de lágrimas pero su gran entereza también.

Bueno, una tragedia que llevó a que la chica, una vez recuperada de su parto, se volviese a Noruega con su hijo y allí acabó felizmente su carrera de Medicina y se convirtió, según mis noticias de entonces, en una muy brillante profesional.

Y todo esto se comentó ayer en la comida con las ex-alumnas americanas entre interpretaciones distintas de lo ocurrido. Según ellas la idea que había trascendido era que él no había intentado suicidarse si no que lo que había hecho era una especie de ahogo, fracasado, para conseguir satisfacción sexual. No lo creo y así lo dije. Mi interpretación es que el chico se había suicidado intencionadamente ante el problema que supuestamente se le había planteado ante sus padres con el nacimiento del niño. No lo sé ni nunca lo sabremos, pero tampoco importa. Lo único realmente importante es la pérdida absurda de una vida y el daño que ello le produjo a su pareja, seguramente también a su hijo en los años siguientes y, como es lógico a sus padres. Y como colofón de esta triste historia tengo que describir el que pocos días después de aquel trágico suceso me llamaron a declarar a la inspección de policía para saber qué había tenido yo que ver con aquel trágico suceso. ¿Por qué?. Pues porque alguien, de cuyo nombre no quiero acordarme, pero que ni era alumno ni estudiante y sí merodeaba alrededor de la joven noruega, le había dicho a la policía que el chico se había suicidado por aquel comentario que yo le había hecho en clase respecto a su hijo recién nacido, comentario que antes cité. Un disparate. El suicidio quedó sin resolver y solo queda ahora en el recuerdo de unos tiempos que fueron llenos de satisfacciones de todo tipo, como un triste recuerdo de una época feliz en todos los sentidos. Ojalá que haya encontrado la paz que aquí no tuvo ni quiso que su pareja e hijo tuviesen.

Jesús Devesa


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