Mi otra Memoria Histórica


Vivencias de una juventud que hace ya muchos años se fué…

Jesús Devesa Múgica

 

“Aunque mis ojos ya no puedan ver ese puro destello que en mi juventud me deslumbraba. Aunque ya nada pueda devolvernos la hora del esplendor en la hierba, de la gloria en las flores, no debemos afligirnos, porque la belleza subsiste siempre en el recuerdo”.

                                               Oda a la inmortalidad. William Wordsworth, 1798.

Aunque parte de lo que aquí se narra ya ha sido contado en este blog, quiero repetir parte de ello, añadiendo hechos que en su momento no fueron descritos.

DEDICATORIA

            A mi esposa Ana, quien a lo largo de estos últimos 45 años ha sido mi compañera inseparable, mi apoyo constante, mi soporte vital. Esposa, madre y abuela ejemplar, pese a los avatares que siempre han estado alrededor de mi vida. Te quise, te quiero y siempre te querré Ana. Sin tí a mi lado nunca habría llegado a lo que llegué.

            A mis padres y abuelos, ejemplo constante de serenidad, trabajo, justicia y dedicación para que sus hijos y nietos fuesen siempre valientes en las desgracias y justos con los demás.

            A mis hijos y nietos, para los que siempre deseé y deseo lo mejor, pero, sobre todo, el que sean personas en sus vidas, en el auténtico sentido de esta palabra.

            A mis profesores, ya desaparecidos, del Instituto Santa Irene de Vigo, un ejemplo de entrega a sus alumnos en unos tiempos difíciles en la historia de nuestro país y, con ellos, a mis antiguos compañeros de ese Instituto siempre tan añorado. 

            Todo lo que se narra aquí fue absolutamente real, aunque pueda no parecerlo en algunos casos. Los nombres de algunos o algunas han sido modificados para que nadie pueda identificarlos. Algunas de las fotos que aquí aparecen fueron hechas con una Leika de gran calidad comprada en Saint Thomas, Islas Vírgenes (puerto franco), en el verano de 1970. Otras con una Konica, más antigua, y las más antiguas con una Kodak de los años 50, rescatadas de las que había en casa de mis padres y hechas por mi abuelo. 

Un hombre mayor con lentes y traje













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“Solamente mirando al pasado se puede entender el futuro” J. Devesa 1995).

Me llamo Jesús Devesa, nací en Vigo el 19 de marzo de 1946, 7 años después de finalizada la guerra civil española, en el seno de una familia acomodada ya que mi padre era médico, cirujano de prestigio. Por ello tuve la suerte de que mis primeros estudios, desde los 3 años, se realizasen en un Colegio francés situado en la conocida Alameda de Vigo. Allí estuve hasta los siete años, más o menos, y allí fui educado en un ambiente liberal, totalmente liberal. Fue allí donde me “enamoré” por primera vez, de una niña un año mayor que yo que, como es lógico, no me hacía ningún caso. Vivía en el pleno centro de Vigo, la calle Reconquista, y por parte de mi madre estaba emparentado con los ricos dueños de una Banca. La profesión de mi padre, las relaciones de mi madre, llevaron a que en aquella infancia conociese a los más destacados miembros, y a sus hijos e hijas, de la sociedad viguesa. Una sociedad pujante que creaba Astilleros, creaba trabajo y convertía a Vigo en el motor de la Galicia que trataba de huir de su aislamiento de siglos, cercada por altas montañas y ríos que la separaban del resto de España. 

Pese a ello, el piso era oscuro, sin más vida que la que proporcionaba el hablar por la ventana de mi habitación con una preciosa cría, también un año mayor que yo.

Tuve tuberculosis, como tantos otros en aquella época, hasta que nos mudamos a un chalet en una zona periférica, Las Traviesas; una zona llena de campos, árboles, vida… y el Instituto Santa Irene, creado en el año 46, en el que tuve la suerte de entrar para comenzar mis estudios de Bachillerato. Una época que recuerdo con gran nostalgia. Un ambiente totalmente distinto a aquél en el que habían transcurrido los primeros años de mi vida. En aquel Instituto tuve la suerte de poder conocer a amigos de todas las clases sociales, desde hijos de armadores y directores de Banco, a otros muchos que vivían en condiciones que a nadie desearía hoy, pero que en aquél entonces no consideraba porque todos éramos amigos, cualquiera de ellos venía a mi casa al igual que yo iba a la de ellos y nadie se quejaba, todos teníamos la misma ilusión por aprender y trabajar, la ilusión que nos transmitían nuestros profesores del Instituto de los que es justo decir que pese a la época en la que vivíamos, post-guerra, aislamiento de Galicia por España y de España por el resto del mundo, siempre nos inculcaron el sentido del deber, la honestidad y el trabajo. Una educación absolutamente liberal, aunque distinta a la de mi primer colegio, el Liceo francés. Contra lo que se pudiese pensar en aquél Instituto no había inquisiciones religiosas, las clases eran mixtas, las compañeras buenas amigas, y aunque alguno de los profesores había sido o era falangista, tampoco sufrimos imposiciones de tipo político, salvo el aprender a cantar el Cara al Sol en la clase de Formación Política, eso pero nada más. 

Hoy, 19 de marzo de 2020, día en el que cumplo 74 años, tengo una esposa, Ana adorable, quien a lo largo de estos 45 años que llevamos ya juntos representó siempre un punto de apoyo y estímulo en los tiempos difíciles; fue ella quien logró que yo alcanzase lo que nunca había pensado alcanzar, quien me dio su amor y entrega a costa de prescindir de su propia vida y carrera, en las que, sin duda, habría llegado a lo más alto. Tengo  6 hijos (dos de mi primer matrimonio, a los que quiero como a los 4 que vinieron tras mi boda con Ana; 7 nietos, cuatro nietas y tres nietos, todos deliciosos), quiero en estos momentos de asolación nacional y mundial por la pandemia del corona virus, recordar, escribiendo, parte de mi vida, siempre llena de episodios a veces increíbles, pero siempre reales. 

Estudié Ingeniería en Madrid, pero la tierra me tiraba y aquello no era lo mío, salvo el Colegio Mayor en el que vivía, el Aquinas, detrás del Campus, en el que continuamente jugaba al fútbol y me divertía con los amigos, como Caicoya, asturiano y con aficiones similares a las mías.

Imagen que contiene persona, parado, edificio, hombre













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Con Caicoya en el CM Aquinas. Madrid. 1963.

Lo único malo de aquélla etapa en el Aquinas ocurrió uno de los pocos días que iba a clase en la ETSIA, a la entrada de la Ciudad Universitaria. Iba en una Vespa que conducía Delfín (Fino), otro asturiano de Llanes, y al comienzo de la curva de la gran rotonda de la Ciudad Universitaria, casi frente a Derecho, ví que él se inclinaba hacia la izquierda siguiendo la curva; lógicamente, para compensar, hice lo mismo pero en sentido opuesto, o sea a la derecha. No tardamos ni dos segundos en caer dando vueltas y más vueltas durante unos 20 metros. La moto quedó hecha polvo y Fino no me habló durante un mes o más. ¿Qué sabía yo que no había que compensar como lo hice?…

Solo aprobé Química y Biología en la ETSIA, con lo que en el verano, ya en Vigo, me decidí por hacer Medicina en Santiago, con gran enfado de mi padre por cierto que no veía por ningún lado mis aficiones médicas. Pero acabé sin problemas la carrera, comencé a dar clase con 24 años, recién licenciado en Medicina, y llegué a Catedrático de Fisiología y Bioquímica en esa Facultad y Jefe del Laboratorio de Hormonas y Bioquímica Especial del Hospital Universitario, tras una carrera llena de avatares. Me jubilé en 2012, cuatro años antes de lo que me correspondería por edad, pero en 2008 me habían detectado graves problemas coronarios y un cáncer de vejiga y, en aquel entonces me pronosticaban, como mucho, un año de vida. Afortunadamente sobreviví y no se cumplió el pronóstico, pero ya en 2012 decidí jubilarme no por enfermedad, si no por la falta de interés que veía en la mayoría de los alumnos. No tenía necesidad de seguir esforzándome para aquellos a los que poco le importaba el estudio y el trabajo. 

En fin, una vida larga, quizás no tanto en el tiempo como en los acontecimientos, en la que siempre, bueno casi siempre, primé los deseos y necesidades de otros sobre las mías propias. Es el aprendizaje que recibí de mis padres, abuelos, profesores del Instituto Santa Irene de Vigo y de mi inolvidable Jefe y Maestro el Profesor Don Ramón Domínguez. 

En recuerdo y memoria de todos ellos, también yo hoy quiero recordar. 


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