Hay veces, demasiadas, que un recuerdo te viene a la mente sin saber por qué y pese al tiempo transcurrido desde que ese hecho que ahora recuerdas tuvo lugar. Misterios inexplicables, al menos para mí.
Así me acaba de pasar y me produjo tal impacto que no tengo más remedio que escribir acerca de ello. Es como si desde fuera algo o alguien me hubiese impuesto esa brusca obligación.
Hace unos minutos viendo, por azar, la imagen de un caballo en Internet, me vino bruscamente a la memoria algo que había vivido cuando aun era un niño de 12 años, verano de 1958.
En aquel verano había comenzado a ir a ver el Concurso Hípico Internacional que desde muchos años atrás (1910 al parecer) se celebraba en Vigo, mi ciudad natal que tantos buenos recuerdos me dejó, y que todos los veranos llevaba a aquellos campos de Lagares que aún tengo en la mente, a miles de personas porque el espectáculo era realmente grandioso. Miles de personas, de todas las edades, jinetes nacionales e internacionales, caballos espectaculares, saltos complicadísimos, apuestas, y amigos con los que disfrutar de algo que para mí era realmente novedoso. Y los campos de Lagares el río que recorría Castrelos, cerca de casa, en el que tantas veces me bañé jugando, y que moría al final de la gran playa de Samil donde a los 24 años estuve a punto de morir ahogado por la corriente que inundó el barco en el que navegaba imprudentemente con 8 casi niños a bordo contra la marea creciente y el río que fluyendo a gran velocidad inundaba el barco hasta que saltamos y nadando llegamos a la playa.
Entre aquellos destacados jinetes había uno de fama mundial, Francisco Goyoaga, lo recuerdo, como de fama mundial era también uno de sus caballos, el llamado Fankenkoenig que hoy me vino a la mente. Por supuesto iba a la grada más barata, con los amigos, de coste cinco pesetas según acabo de leer. Y sentados en la grada disfrutábamos y esperábamos ansiosos el resultado de cada competición porque, pese a la edad, apostábamos por un ganador.
No me voy a extender porque no tiene sentido, pero sí quiero recordar el impacto que en todos causó la muerte de Fankenkoenig en plena competición. Lo supe por la megafonía en pleno concurso, ya que el pobre animal no murió en la carrera. Al parecer se puso mal, siempre pensé que se había roto una pata y habían tenido que sacrificarlo, pero no fue así. Cuando el recuerdo del caballo me vino a la cabeza hace unos minutos, como dije, comencé a buscar en Internet fundamentalmente para saber si el recuerdo era real y no un producto imaginario. Y efectivamente, en un artículo de La Voz de Galicia publicado el 1 de agosto de 2018 se hace referencia al suceso. Según el artículo el animal falleció por una hemorragia interna producida por causas desconocidas, pese a que se movilizaron cantidad de veterinarios y hasta un hospital para tratar de salvarle la vida, pero no hubo forma. Otros afirman que murió envenenado, Nunca se sabrá. Y el artículo en cuestión afirma que: «Se cuenta que la cabeza disecada de este caballo todavía se exhibe en el salón de una casa particular de la ciudad. Pero tal vez esto solo sea una leyenda urbana.” Pues no, no fue una leyenda urbana. Tras conocer la muerte de Fankenkoenig, mi primo segundo Gonzalo Iglesias Pascual, convenció a su tío Alfonso para que disecasen la cabeza del animal y pudiese quedarse con ella. Y así fue. Con mis propios ojos, y con gran tristeza, recuerdo, ví muchas veces expuesta la cabeza de Fankenkoenig en la Armería Pascual, propiedad del tío y madre de mi primo. Todavía ahora puedo verla en el recuerdo.
No sé, nunca lo supe, por qué mi primo, de 13 años entonces, quiso conservar aquella cabeza como tampoco puedo saber las razones acerca de por qué ahora me vino ese recuerdo ni las ansias que me surgieron por dejarlo reflejado. Misterios de la vida o de nuestra mente.
Qué tiempos aquéllos…
Jesús Devesa