Eppur si muove


Y sin embargo se mueve. Esta es la famosa frase con la que Galileo Galilei contestó a sus múltiples enemigos tras haber sido condenado por la Inquisición italiana por defender su teoría heliocéntrica (la Tierra se mueve alrededor del Sol y no al revés, como se postulaba). Pero no vamos a hablar ahora de uno de los más grandes genios que han existido en la Historia de la Humanidad, aunque traemos su frase a colación en relación con lo que ahora vamos a comentar.

De todos, o casi todos, es conocida la influencia que la música tiene en la actividad cerebral. Concretamente es frecuente el leer en revistas científicas el efecto reparador que determinado tipo de música, Mozart, por ejemplo, tiene en las lesiones cerebrales.

Hablando de Mozart, otro genio, “veía” la música, es decir componía escribiendo en la partitura lo que vivía su cerebro en un determinado momento. Así se explica su precocidad compositora. Pero tampoco vamos a hablar de Mozart ahora, y sí de algo que lleva dándome vueltas en la cabeza desde hace ya tres años y que he intentado desarrollar con distintos ingenieros, físicos, etc, sin éxito hasta el momento porque ninguno se puso a ello.

¿De qué hablamos?. Cuando una neurona descarga lo que hace es generar un potencial de acción, eléctrico, que se transmite a lo largo del axón hasta una sinapsis. O sea, las neuronas al descargar lo que hacen es generar una corriente eléctrica. Esas corrientes eléctricas pueden ser registradas en un electroencefalograma (EEG), por ejemplo, y en él vamos a ver una serie de ondas de distinta frecuencia y amplitud, que van a variar según las condiciones en que se encuentre el sujeto (sueño, vigilia, etc). Así se detecta, por ejemplo, la existencia de focos epilépticos en una determinada región cerebral. 

Imaginemos ahora que esas ondas que vemos en el EEG pueden ser llevadas a una partitura musical. Para ello bastaría con asignar, incluso de forma aleatoria, una nota en el pentagrama a cada tipo de onda, en función de su frecuencia y amplitud. La interpretación de esa partitura, al piano, por ejemplo, nos llevaría a escuchar “la música de las neuronas”. Seguramente esa música carecería de sentido artístico, aunque en la naturaleza nada ocurre por casualidad, todo es matemáticas. Podríamos entonces, desarrollar una fórmula matemática que nos ayudase a entender lo que estamos escuchando. Pero bueno, tampoco es ese el objetivo ahora. La realidad, tal y como la veo, es que el desarrollo de esa o esas partituras sería una tarea fácil. Sigamos imaginando y grabemos una crisis epiléptica. La registramos con el EEG y en función de los valores que aleatoriamente hemos dado a las ondas obtendríamos una nueva partitura, muy distinta de las anteriores, que nos permitiría escuchar el ritmo desenfrenado de las neuronas descargando en una crisis. Pues bien, si somos capaces de componer una melodía (si es que se puede llamar así) a partir del registro de las descargas neuronales, podríamos actuar a la inversa.  Leamos esa partitura y compongamos la inversa. En Física sabido es que dos ondas iguales en amplitud y frecuencia y de sentido inverso se anulan, es decir la resultante es cero. Y en Biología sabemos que lo que escuchamos se debe a la transformación del sonido que llega a nuestros oídos en ondas eléctricas que se propagan hasta las neuronas. ¿Qué ocurriría entonces si, conocida la partitura de una crisis epiléptica, generásemos la opuesta, la inversa, y esa “melodía” se escuchase mediante cascos durante una crisis?. ¿Se podría anular ésta?. No lo sabemos, es meramente teórico, pero valdría la pena probar. Habría que disponer de un detector, en los cascos, que en nanosegundos detectase el comienzo de una crisis y activase entonces la generación en esos cascos de la “melodía inversa”. Teóricamente, la llegada al cerebro de ondas iguales y de sentido contrario llevaría a la anulación, no de la descarga ,y sí de su propagación. ¿Sería este un buen sistema para combatir la epilepsia?. En eso estamos.

Pero volvamos a la música y su efecto sobre el cerebro. Y quizás nada mejor para mostrarlo que este video: https://www.youtube.com/watch?v=S2qgjeSx24o

En él se ve y escucha una de las últimas actuaciones del malogrado coro del Ejército Rojo ruso, del que una buena parte de sus componentes falleció en diciembre de 2017 en un accidente de aviación ocurrido en el Mar Negro. Siempre fui un apasionado de la música rusa, clásica y popular. Tuve la oportunidad de conocerla desde muy niño, así como la oportunidad de ver en directo en varias ocasiones y en distintos lugares, a ese extraordinario Coro. En el video fíjense en cómo vive la música el cantante principal, Vladislav Golikov, fallecido también el accidente, incluso antes de que él comience a cantar. Fíjense en su cara, sus gestos, sus movimientos, y vivan como él la pasión que la música despertaba en su cerebro. Una voz increíble, capaz de llegar muy hondo. Y como muestra, repasen el video varias veces, y fíjense en uno de los integrantes del Coro, vestido con uniforme blanco, y situado en la última fila, el primero a la izquierda detrás de Golikov. Si se fijan detenidamente verán lo serio que comienza y como poco a poco la música o la voz de Golikov, le va entrando y pasa a sonreir, para más tarde iniciar un contoneo inconsciente (Eppur si muove…). Es la música la que le provoca todo ello. El efecto a nivel cerebral es aquí claro, tanto en el propio Golikov como en el que le acompaña, y otros, en el coro. Ojalá que hayan encontrado la paz y desde donde estén puedan seguir deleitándonos con su música tan cargada de sentimientos. 

¿Es la música un activador cerebral?. Está claro, por eso se utiliza en la reparación de un daño, aunque no hablamos de cualquier tipo de música. Jamás haría que un paciente escuchase rap, por ejemplo…

Jesús Devesa           


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