Llegaste hace 40 años desde tu tierra mediterránea a una tierra nueva en la que nunca habías pensado que vivirías y donde acabarías sacrificado como si fueras un infiel degollado por un radical yihadista. Pero esa nueva tierra, Galicia, te acogió con cariño y con ilusión. Permitiste que implantase tus jóvenes raíces en un terreno desconocido sin saber que el inconsciente que te acogía con cariño e ilusión quería tenerte tan cerca para disfrutarte que ello acabó provocando tu trágico final. 

Pero viviste feliz y yo contigo. Disfrutaste con el crecimiento de mis hijos, como ellos lo hicieron trepando por tu tronco cuando aún eran niños. Viste el nacimiento de mis nietos, pero tu altura, ya considerable para entonces, no les permitía trepar y ser acariciados por tus suaves ramas como sus padres lo habían hecho. 

Acogiste a ardillas que gozosamente jugaban trepando y corriendo entre tus ya grandes brazos como si disputasen una guerra incruenta o tratasen de coquetear en juegos amorosos. 

Entre tus ramas se escondían urracas chillonas mientras observaban qué podían pillar para llevarse a sus nidos. En ellas cantaban petirrojos y mirlos y algunas noches ululaban los búhos anunciando quién sabe qué. 

Con tu sombra protegiste a las ranas y peces del sol a veces implacable del verano. Pero también, sin saberlo, crecías y crecías y producías una lucha salvaje del rododendro que estaba a tu lado derecho muy cerca de tí, lucha para crecer y colorear de azul tus cercanías. Lo propio ocurrió con los arces que en otoño teñían de un amarillo especialmente bonito tus alrededores, y con el árbol de Venus a tus espaldas que igualmente crecía y crecía para cubrir con sus hermosas flores el final de la primavera. 

Tus ramas eran espectaculares por las finas hojas en forma de espiga que de ellas surgían día tras día. 

Estabas protegido de los vientos huracanados del Oeste por los liquidámbares y los inmensos cedros, pero poco a poco tu tronco se iba doblando y tus grandes ramas acariciaban peligrosamente, sin saberlo, las pizarras del tejado. Corrías un riesgo, grave, y con él todos nosotros. Desconocíamos hasta qué punto podrías resistir un fuerte huracán como los que últimamente azotan con frecuencia. Podías doblarte y romperte, como pasa cuando se alcanza una cierta edad, y tus ramas al caer podían alcanzarnos a uno de nosotros o destruir la casa y el tejado. Por eso hubo que tomar la decisión de acabar con tu vida. Decisión triste y dolorosa mientras veíamos como poco a poco te iban destrozando hasta quedarte convertido en un desolado gran tronco de apenas de un metro de altura o quizás menos. Sé que habrás sufrido y yo también mientras veía tu destrucción. Supongo que tu dolor se lo irías comunicando a tus amigos de otras especies vegetales, como hoy sabemos que hacen las especies de tu mundo comunicándose entre sí. Lo siento de verdad, pero te prometo que nunca te olvidaremos y convertiremos tu tronco en una preciosa mesa de jardín desde la que siempre te recordaremos.

Tus inmensas ramas irán a las chimeneas de la casa y nos proporcionarán el calor que tú llevabas dentro y con él de nuevo nos acordaremos de ti. 

Adiós amigo. Has sido un más que agradable compañero, el ver tu belleza tan particular era siempre una experiencia inolvidable. Tu lugar nunca será ocupado por otro, al menos mientras yo viva. 

Jesús Devesa 


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