Como pasa el tiempo y qué bien, por suerte.


Ayer, 22 de noviembre de 2023, recibí un mensaje de mi hijo Pablo en el que textualmente decía: «Un beso papá. Ya le dije antes a mamá, que muchas gracias por todo el esfuerzo que habéis hecho en su día, a todos vosotros, por ayudarme a recuperarme y mejorarme, alcanzando cosas que podían parecer inalcanzables en su momento.»

Y hoy, 24 horas después me encuentro ésto que en su día escribí y quedó almacenado en mi ordenador:

Fin de una etapa

            En unos meses se cumplirán nueve años del desgraciado accidente de tráfico que a la postre dio origen a Foltra. Ayer, 10 de junio, la Comisión de Doctorado de la Universidad de Santiago otorgó el visto bueno para que Pablo, responsable indirecto del nacimiento de Foltra, defienda el próximo 22 su Tesis para obtener el grado de Doctor Internacional. 

            Hace casi nueve años comenzaba una etapa marcada por la angustia y la incertidumbre.  Un camino del que solo conocíamos el principio e ignorábamos cuál sería el final, aunque éste no parecía muy halagueño, más bien todo lo contrario. Fueron días y noches interminables, marcadas por el sufrimiento y la desesperación. Todo parece quedar ya muy lejos, pero no es así. Hay acontecimientos que nunca la vida podrá borrar; lo saben bien quienes han tenido la desgracia de pasar por momentos similares.

            Fue largo también el camino que ahora culmina con la defensa de la Tesis ante un tribunal compuesto por expertos nacionales y extranjeros. Infinidad de experimentos, a veces fallidos; incógnitas que se abrían ante resultados inesperados. Discusiones científicas acerca de como plantear el siguiente experimento, y la impagable colaboración del Profesor Víctor Arce, primero alumno, después colaborador y siempre amigo, así como la del Profesor Joao Malva del Instituto de Neurociencias de la Universidad de Coimbra, donde Pablo pasó casi dos años como parte de su formación para alcanzar el Grado que ahora va a obtener. Incredulidad en los planteamientos de las hipótesis experimentales, hasta que los resultados confirmaban que la idea era correcta. Apoyo en la realización de técnicas neuroquirúrgicas, electrofisiológicas, histológicas, como el que brindaron los Profesores Miguel Gelabert, José Luis Relova y Rosalía Gallego, también ex-alumnos y amigos. 

            Y con los experimentos finalizados, aunque cada final siempre abre una nueva incógnita, y la Tesis escrita, surge la espera de los informes preceptivos. Informes que deben proceder inicialmente de expertos de otros países europeos, calificando el trabajo realizado. Una vez superada esta fase, nuevos informes, en este caso de 7 de los miembros propuestos para el Tribunal definiendo la idoneidad de la Tesis; y ya por último aceptación de todo ello por la Comisión de Doctorado de la Universidad y establecimiento de la fecha para la defensa pública, el próximo 22 de junio en el Salón de Grados de la Facultad de Medicina de Santiago. Será la segunda Tesis realizada desde Foltra, en esta ocasión para optar al Grado de Doctor Internacional. 

            Y aquí un incidente anecdótico. Hace cuatro días, el taxista que me llevaba desde el Hospital a mi domicilio (hace ya algunos meses que alguien me retiró el carnet de conducir, no se por qué…), me reconoció y empezó a hablar de Foltra. En un determinado momento comentó: «se dice que el hijo pinta mejor que el padre…». Sus palabras me sorprendieron ya que si el padre dibuja mal el hijo lo hace aún peor. Cada vez que intento dibujar algo me sale siempre la misma figura, la que podría hacer un niño de cuatro-cinco años. La pintura me encanta, cuando es obra de otros. Por eso no podía entender de donde aquel hombre había sacado que padre e hijo éramos pintores cualificados. Como es lógico siguió un diálogo incoherente en el que uno defendía las cualidades pictóricas de la familia, mientras que el otro las negaba. Así durante un par de kilómetros, hasta que el taxista con sus palabras me hizo ver la luz: «pues dicen que la Tesis es muy buena…». Mi respuesta: «Sí, pero los dibujos son de ordenador y las imágenes, muy bonitas, de microscopía confocal, eso sí es espectacular». Ahí es donde caí en cuenta de que estábamos hablando en lenguajes distintos. No eran las cualidades pictóricas de Pablo, que no las tiene en absoluto, como tampoco yo, a las que el taxista se refería, si no que al decir que «pintaba bien» se refería a que tenía un buen futuro como científico. Cuando me dí cuenta no pude evitar el reirme de mí mismo. Durante un par de kilómetros había estado disparatando sin saberlo. También el taxista se rió, lo que le agradezco, en vez de pensar que era un viejo que había perdido el sentido. Algo similar a lo que me ocurrió hace unos meses cuando me para Tráfico y un guardia me dice muy correctamente: «Va usted sin cinturón…». Lo que en un primer momento se me vino a la cabeza fue el pensar ¿cómo este hombre pudo ver desde su coche que voy en chandal sin cinturón?. Le contesté, «sí, salí un momento de casa a comprar la prensa y no me compensaba cambiarme.» El guardia se quedó mirándome extrañado hasta que me dí cuenta de que se refería al cinturón de seguridad que, efectivamente, no llevaba puesto y no al del pantalón, que tampoco llevaba puesto. Afortunadamente le dio la risa y no me multó, en esta ocasión.   

            Años duros, sin excepción, quizás aún más los dos primeros, en los que la alegría que la recuperación de Pablo iba proporcionando era contrarrestada por el súbito fallecimiento en Nueva York, a donde se había desplazado para una estancia post-doctoral en la Universidad Rockefeller, del Dr. Ramón Ríos, a quien recuerdo como el más brillante y prometedor científico, a sus 31 años, de todos aquellos que estuvieron a mi lado en estos 41 años de dedicación a la Universidad. Y pocos meses después del tremendo golpe que supuso la desaparición de Ramón, el fallecimiento de mi jefe de siempre, el Profesor Ramón Domínguez, persona clave en el auge de la Fisiología de la Universidad de Santiago, maestro y amigo hasta el final. Más tarde el fallecimiento de mi propio padre, quien a sus 95 años conservaba la extraordinaria lucidez que siempre tuvo como persona y cirujano. Pero había que seguir, pese a que los momentos fueron malos, muy malos, y cumplir la promesa que a mí mismo me había hecho si Pablo salía adelante. Y así nació Foltra, sin pretensiones, con el único deseo de ayudar y cumplir un compromiso con la vida. Primero en un campo de fútbol, rodeados de incomprensiones. Allí comenzó Pedro Reimunde, el primer fisioterapeuta que Foltra tuvo. Y desde allí progresó Pedro, hasta defender con gran brillantez su Tesis Doctoral, hace ya un año, y convertirse en un experto investigador, con ya varias publicaciones internacionales, y estar a un paso de acabar su carrera de Medicina mientras sigue trabajando e investigando en Foltra. Puedo sentirme orgulloso, pues fuí yo quien le estimuló y ayudó para que fuese médico, pese a las dificultades. 

            Y Foltra siguió creciendo, pese a la incomprensión y maledicencia en muchas ocasiones. Nos echaron del campo de fútbol y encontramos un chalet, muy grande al principio pero muy pequeño ya.  Setenta terapeutas, rehabilitación en todas las disciplinas, como desde el principio pretendimos que debía ser, un médico rehabilitador, el Dr. Matías Barberá, joven, brillante y eficiente, pero sobre todo con el espíritu que Foltra busca en los que en nuestra labor participan. Y pronto una nueva mudanza, más amplitud, equipamiento puntero para la recuperación, y nuevas ideas, y más incorporaciones de terapeutas y médicos de distintas especialidades. Y un laboratorio dedicado exclusivamente a la investigación en neurogénesis. 

            Son muchos los pacientes que han pasado por Foltra en estos años, españoles, de todas las Comunidades, pero también de otros muchos países europeos y americanos. Son muchas las colaboraciones que mantenemos en distintos países, Ucrania el más reciente. Son muchos los pacientes que, etiquetados como irrecuperables, se han reincorporado a la vida. No todo han sido aciertos, sin embargo, también hemos fracasado en varios casos pero no por no haberlo intentado. 

            Y cuando esta etapa toca a su término, una vez que Pablo obtenga el Grado de Doctor Internacional y finalice su Master en Gestión Sanitaria, una nueva empezará. No finaliza el compromiso adquirido hace ya casi nueve años, tan solo serán mayores los objetivos a lograr. La base está puesta y es sólida e importante. Y al frente, como en todos estos años, estará Ana, madre y esposa inseparable e insuperable, quien posiblemente es quien peor lo ha pasado, en silencio, durante todo este tiempo. Sin ella no se habría conseguido nada. Son muchos los que la censuran y atacan, sin conocerla; sin saber que ante cualquiera de las difíciles y crudas situaciones que a diario se nos plantean, es ella la que tiene que hacer frente y dar respuesta, mostrándose como no es, y sufriendo después, sin transmitirlo, por no poder actuar de otra forma.

            Así, y no de otra forma, ha sido esta etapa que ahora finaliza. Confiamos en el futuro porque lo vivimos desde el pasado. Sin duda seguirán las situaciones difíciles; continuará la incomprensión de muchos, pero nada podrá romper el compromiso adquirido, porque fue y es un compromiso con la vida. A Pablo le corresponderá ahora el que ese compromiso siga vigente. Comienza su etapa, aunque haya tenido que disputar una larga y previa carrera de fondo de la que al final salió ganador.   

Y efectivamente salió ganador, y con él nosotros, su familia y su esposa. Hoy Pablo es Licenciado en Biología Molecular, Doctor Internacional, Qualified Deputy in Advanced Manufacturing of Medicinal Products y, ahora también, médico. Con su escrito de hace dos días me adjuntaba unas fotos en las que colaboraba en la cirugía de una paciente con estrechamiento del canal lumbar medular:

 Que tengas mucha suerte hijo, te la has ganado.


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