Cómo no te voy a querer…


No me refiero a mi esposa Ana, compañera inseparable desde hace ya más de 47 años, a quien le debo todo lo que he alcanzado en mi vida y mucho más, me refiero ahora a los que desde 1956 han sido mis ídolos deportivos, los muchos jugadores del Real Madrid que desde aquel año han ocupado mis pensamientos deportivos y que siempre me han colmado de satisfacciones en el mundo del deporte.

Todo empezó cuando yo tenía 10 años, no había TV para ver el fútbol, tan solo la radio y la prensa te mantenían informado acerca de lo que ocurría en ese deporte, al margen de que asistieses en directo a los estadios como hacía todos los domingos que el Celta jugaba en Vigo. El Celta era mi equipo favorito desde que empecé a tener conciencia de lo que era el deporte. Por amigos de mis padres conocía a jugadores del Celta, como el portero Marzá, o el defensa Quinocho, yerno de Doña Carmen la dueña de uno de los restaurantes más conocidos de Vigo, El Mosquito cerca de La Piedra, donde se comía un extraordinario marisco, que hoy ya no se ve, y lenguados que tampoco se encuentran ya, por desgracia. Ya desde niño el fútbol había sido mi pasión deportiva, acrecentada por el hecho de que a los siete años tuve la fortuna de acertar trece resultados en una quiniela; por un penalti en los últimos minutos me quedé sin los 14, con gran rabia de mi abuelo, porque habrían sido cientos de miles de pesetas los que me habrían correspondido, pero bueno trece aciertos eran todo un éxito, siete mil pesetas de aquella época y un reportaje en el diario El Pueblo Gallego, de Vigo, hace años ya desaparecido. Aquellas siete mil pesetas pasaron a convertirse en acciones de no recuerdo qué, por idea genial de mi abuelo (como otras muchas que tuvo), que al cabo de unos años, ya estudiando en la Universidad, quise convertir en dinero de nuevo pero fue imposible, ya no había nada. La empresa o lo que fuese en la que se habían invertido había desaparecido y con ella mi premio de trece aciertos.

Y yendo a Balaídos a ver al Celta conocí al Real Madrid de Di Stefano, Rial, Alonso… por primera vez y me enamoré de aquel equipo y el juego del gran Di Stefano. Muchos años después aún lo tengo presente, como también tuve y tengo muchas veces presente el que cuando empecé a jugar al fútbol con el equipo del Instituto Santa Irene, del que era entrenador el mítico atleta y médico Roberto Ozores, nuestros grandes enfrentamientos en el Campeonato colegial de Vigo eran contra el equipo del Colegio de los Jesuitas. Eramos, en aquella época, los dos grandes rivales. Y en uno de esos partidos, jugado en el campo de los Jesuitas, al acabar y tras ganar 1-0 uno de mis compañeros de equipo, al que llamábamos Amarillo porque todo el año venía a clase vistiendo un jersey de ese color, me dijo: «que bárbaro, como jugaste, me parecía que teníamos a Di Stefano en el centro del campo…». Por supuesto aquello me llenó de orgullo y nunca lo olvidé.

Pues bien, en 1956 comenzó la Copa de Europa, y mi Madrid, al que seguía por radio, llegó a la final. Jugaba esa final contra el Stade de Reims, francés, y en París. Partido complicado, no solo por el gran equipo que entonces tenía el Stade de Reims, por lo que decía la prensa, si no también por el hecho de que en él jugaba el que decían era un jugador equiparable a Di Stefano, Raymond Kopa, extremo derecho. Rabiaba por ver el partido, pero era imposible, la única alternativa era escucharlo por la radio. Y así lo hice. Era una tarde de junio de 1956, aquel año me había dado clase en el Instituto Santa Irene de Vigo un ex-delantero centro del Celta, Nolete, alto, fuerte, muy serio y, por lo que decían, nunca le ví jugar, gran goleador. Tarde de junio despejada, con buena temperatura, pero me metí solo en lo que en casa de mis padres, en Las Traviesas, era el despacho de mi abuelo. Allí había una vieja radio que le permitía escuchar música clásica pero también las noticias de Radio Pirenaica, la que emitía desde Andorra contra Franco y su régimen. No sé el interés que tenía mi abuelo, hermano de un Capitán General, en escuchar esas noticias pero lo cierto es que raro era el día que no sintonizaba esa emisora, en la tarde-noche. Lo que a mí me interesaba era el fútbol y esa final de la Copa de Europa, por lo que logré sintonizar una emisora, no recuerdo cuál, que retransmitía el partido. Pronto el deseo se convirtió en decepción, a los veinte minutos el Madrid iba perdiendo 2-0, y faltando ya unos 15 o 20 minutos para que el partido acabase el resultado era de 3-2 a favor del Reims. Pero a partir de ahí vino la locura, del locutor y mía, porque Marquitos el inolvidable central del Real Madrid consiguió empatar a 3 y poco antes del final Rial, el extraordinario interior izquierdo argentino, como Di Stefano, consiguió marcar el cuarto gol que le daba al Madrid la primera Copa de Europa. Inmediatamente y con gran emoción salí a la calle a contarle a quien quisiese oírme que el Madrid acababa de ganar la primera Copa de Europa, 4-3 al Stade de Reims, donde jugaba Kopa, en París. La emoción con la que el locutor de radio vivía el triunfo del imperio en el país de los gabachos, me llenó el cuerpo de un fervor patriótico hasta entonces desconocido. Habíamos ganado y tenía que salir a decírselo a todos aquellos que, careciendo de radio, desconocían que se había producido la victoria. La calle estaba vacía, como casi siempre, y sólo la figura vacilante, por los chiquitos que a diario se tomaba en la tasca de Federico en la Gran Vía, de Alejandro se veía acercándose en la distancia. «Alejandro, Alejandro, ganamos tres a dos, ya somos campeones de Europa». No sé qué balbuceó Alejandro; era difícil entenderle, sobre todo cuando a su poco comprensible léxico habitual, cuando hablaba, ya que raramente articulaba más de una frase completa, se le sumaban los chiquitos de Federico, pero me invadió una sensación de tremenda frustración. ¿Cómo podía haber alguien que no se emocionase con aquel triunfo histórico?. ¿Cómo no había nadie más a quien transmitírselo?. Tras la emoción, el aplanamiento, el vacío; coño, la gente carece de ilusiones, de motivaciones, de sentimientos. El Madrid acababa de ganar la primera Copa de Europa y no había nadie con quién alegrarse. Claro que Alejandro no era la persona ideal a quien contarle aquella gesta histórica. El vivía de sus «chiquitos» y esa era su vida, además de trabajar como jardinero en casa de mis padres. De todas formas era una buena persona y así Policarpo, el loro gris de Guinea que me había regalado un profesor por mis buenas notas, desde su jaula a la entrada de casa decía «Alejandro Alvares» y a continuación carraspeaba fuertemente cuando veía a Alejandro entrar en el jardín. Era lo que siempre decía Alejandro cuando estaba sobrio y le preguntabas cómo se llamaba. Policarpo lo aprendió rápido, como todo lo que oía, y Alejandro ni se inmutaba al oírle. Así empezó mi auténtico amor por el Real Madrid, un equipo de fútbol odiado por casi media España y admirado por la más de la otra media mitad y cientos de millones de personas en el mundo.

Todo lo que en la vida empieza tiene una continuación, a veces sorprendente. A los 16 años me fuí a estudiar Preuniversitario a Madrid, al Instituto Ramiro de Maeztu. En aquella época cursar el Preu en Madrid era imprescindible para estudiar Ingeniería, algo que yo pretendía hacer. Ya en Madrid unos primos de mi madre me hicieron socio de mi equipo favorito al que ahora podía ver en directo en el viejo Chamartín. Vivía en la residencia del Ramiro con lo que podía disfrutar de sus variadas instalaciones deportivas y así empecé a jugar al fútbol en el equipo del Instituto, en el que había muy buenos jugadores. Un sábado por la mañana, día en el que jugábamos, nos tocó enfrentarnos a un importante equipo de otro Colegio. En el momento no lo sabía pero en el otro equipo jugaba un sobrino de Marsal, jugador del Madrid y uno de los que habían ganado la primera Copa de Europa. Marsal vino a ver jugar a su sobrino y al acabar el partido se acercó a mí y me preguntó si quería hacer una prueba en el equipo juvenil del Madrid. Le dije que sí, por supuesto, hice la prueba y comencé a jugar con uno de los equipos juveniles del Real Madrid. Allí pude conocer personalmente a muchos de los jugadores del primer equipo e incluso jugar algún partido de entrenamiento contra ellos. Algo con lo que jamás habría soñado. Pero la alegría duró poco porque empecé allí con el curso ya a la mitad, el Preu era duro y la Selectividad más aún, pero disfruté a tope lo que duró. Entré en la Escuela de Ingenieros y ya era imposible el continuar jugando al nivel que era necesario, entrenamientos incluidos. Curiosamente, cuando decidí volverme a Galicia y estudiar Medicina comencé a jugar el Campeonato Universitario con el equipo del Colegio Mayor Fonseca, residencia en la que vivía en Santiago. Y digo curiosamente porque en esa residencia y en ese equipo me encontré a dos antiguos compañeros de los juveniles del Madrid: Tino Belascoaín, de Navarra, y otro de Alicante cuyo nombre no recuerdo. Así es de imprevisible la vida.

En fin y para acabar, mi amor por el Real Madrid se fue incrementando con los años y los éxitos del equipo culminadlos hace dos días con la conquista de la 15ª Copa de Europa, algo que ningún equipo en el mundo podría ni siquiera soñar. Juego, valores, el mejor estadio del mundo, la mejor formación para niños y jóvenes aspirantes.

¿Cómo no te voy a querer?. Así lo canta la afición y así lo siento yo también.

Hala Madrid….

Jesús Devesa


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