Evidentemente me estoy refiriendo a la visita de la chulísima Vicepresidenta al golpista Puigdemont en Bruselas, pero también al hecho de que desde el Gobierno en funciones nieguen el que esa señora hubiese actuado como Vicepresidenta afirmando que lo hizo en nombre de su partido, ese supuesto Sumar que en realidad debiera llamarse Restar.
Sinceramente, como persona no me cabe en la cabeza tanto cinismo y desvergüenza. Entiendo, porque lo he practicado, el perdón ante hechos más o menos importantes, pero no es éste el caso. Aquí no hay perdón posible: se ha traicionado al Estado, que somos todos nosotros, se ha intentado su destrucción, la nuestra, se han utilizado fondos procedentes de nuestros ingresos en un momento en el que el país atraviesa unos desgraciados momentos económicos (gracias a la gran gobernanza de ZP, el eminente astrofísico), se reclaman miles de millones de euros (desconozco en base a qué, máxime cuando el resto de los españoles llevamos años dándoles dinero no sé por qué). Pero ya el colmo es la visita conciliadora de una persona que en su vida siempre ha traicionado a quien la fue encumbrando pese a sus evidentes limitaciones, a un prófugo de la justicia española que lleva años viviendo del cuento y de lujo a cuenta de quien sabe qué.
Lo más triste, en mi opinión, es que todo lo que ha ocurrido en estos días ha sido solamente en busca de un lucro personal. Y al decir lucro no me refiero solo al hecho de seguir viviendo todo trapo o contonearse por las pasarelas, si no también al tratar de dar una imagen conciliadora, cara al público, como ya se hizo con los indultos concedidos a los otros golpistas. Indignante, máxime cuando nada de ello, ni lo de antes (indulto, desaparición de la sedición y rebaja de la malversación) ni lo de ahora (amnistía para todos los que han cometido tropelías de todo tipo contra el Estado: declaración de independencia, destrozos en las calles, ataques e insultos a la policía, desprecios a los castellano-parlantes, etc, etc, ) se había anunciado previamente a las elecciones (pasadas y presentes) de forma que todos los que iban a votar a uno o unos determinados partidos supiesen de antemano qué votaban en realidad. ¿De verdad cabe mayor hipocresía, cinismo o desvergüenza?.
Desconozco cómo va a acabar todo esto, pero los augurios son muy malos a tenor de lo que se lee y escucha. Y para colmo de la estupidez, las traducciones simultáneas en el Congreso, de forma que ni san Francisco se entere de lo que otro está proponiendo o negando, y más gasto innecesario. ¿Cómo no utilizó un traductor la Sra. Vicepresidenta en su animada (por las caras y sonrisas) y cariñosa entrevista con el prófugo en cuestión en Bruselas?. ¿Habrán sido capaces de entenderse sin traductor?.